La ansiedad nos hará libres

El padre del escritor John Lanchester trabajó 30 años para el mismo banco. Se prejubiló a los 53 años, dispuesto a disfrutar, por fin, de la vida. Cuatro años después falleció a causa de una angina de pecho. De esta experiencia personal Lanchester deduce -y explica, en un brillante artículo– que «dinero no equivale automáticamente a libertad».

Pensamos que el dinero nos protege, nos da autonomía, nos permite «vivir la vida». Y si para obtenerlo hay que firmar un pacto con el diablo -te entrego mis días laborables a cambio de una nómina-, se firma. Pero en realidad seguridad y libertad están reñidas. Lo escribió Kierkegaard y lo recuerda aquí Lanchester: «‘La ansiedad es libertad’. Es a la vez el precio que pagamos por la libertad y su síntoma».

El revuelo que se ha armado alrededor de la revisión de la edad de jubilación pone en evidencia que son muchas las personas que esperan, arrancando hojas del calendario, que llegue «su» día, el día en que se jubilarán y podrán «empezar a vivir». Y hasta que ese día llegue el tiempo pasa despacio y mal. La jubilación no es una meta volante: es el final de la carrera.

La posición de Lanchester -que suscribo- es que debemos aprender (y nadie dice que sea fácil) a vivir con la incertidumbre. Hoy no existe el empleo seguro. Queda el reducto de la función pública y, viendo como van las cuentas nacionales, quizás tampoco sea intocable. Hoy todos -asalariados y autónomos- vivimos en la era de la ansiedad. Y «la vida es lo que sucede mientras la vives».

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