Hombres desnudos: Cuando la vida es una «merde»

hombres desnudos(Ésta es la traducción al castellano de la reseña que he publicado en Nació digital).

Alicia Giménez Bartlett, ganadora del apetitoso Premio Planeta, recogió el galardón vestida con un jersey bordado con la palabra Merde, brillando sobre un escenario oscuro. Este contraste resume el sentido de la vida que respira su novela Hombres desnudos.

En cubierta, un limón a medio pelar nos avanza la amargura. Irene, una mujer de cuarenta años sofocada por la tutela paterna, entra en crisis cuando su marido la deja.  Para superarla se acerca a Genoveva, rica y liberada.  En frente, Javier, profesor de literatura desesperado porque lo ha perdido todo: el trabajo, la novia y los amigos “que leían libros de Murakami y veían películas de los Cohen en versión original”. Quien le ayuda es Ivan, un Pijoaparte enrabiado y justiciero.

La relación entre Irene y Javier crece allí donde la crisis sentimental y la económica se cruzan.  Los cuatro personajes se reflejan unos a otros: las relaciones con los padres, los roles sociales (de maestro a alumno stríper), la situación económica (ellas viven de réditos y ellos, de bailar en pelotas). Crisis también de la Literatura:  la autora arma su propia agenda con referencias bibliográficas que alimentan una segunda lectura.

El texto nos lo recuerda en más de una ocasión: un puto no es un gigoló. Todo es más sórdido. El submundo de los “chicos de alterne” queda perfectamente reflejado y con él juega el título del libro.  Giménez Bartlett, autora de referencia en novela negra,  propone una novela social… negra, marcada por el ritmo creciente de la acción y la verosimilitud con que narra la degradación psicológica de los protagonistas. Los diálogos no marcan las transiciones: a veces suenan acartonados, sobre todo si los contraponemos a unas descripciones potentísimas, como la de este striptease: “Está moviéndose como en un coito despacioso, majestuoso, ritual. Suda, siente gusto, se encuentra en algún lugar privado, tórrido”.

 Hombres desnudos nos sitúa frente a la posibilidad de que una crisis, una, la que quieras, nos vuelva la vida del revés. No  existe escapatoria: la voluntad nada puede. Sólo nos queda, a título de consuelo, el realismo cínico de Ivan,  “el puto amo”, cuando nos avisa de que “puede que los libros no pinten la vida más bonita de lo que es, pero sí que la hacen más importante. Y cosas importantes en la vida de la gente corriente no hay. Nada, nada es importante”.

 

 

 

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