El naranjal y la garza
Año 1496.
La infanta Juana se dirige a Flandes para casarse con el archiduque Felipe de Habsburgo. Con ella viaja el juego trobado, una baraja poética que la reina Isabel le ha regalado. Los naipes retratan a las damas que los juegan con cuatro suertes: un árbol, un ave, un refrán y un romance. A Juana la representan el naranjo, en alusión a la boda, y la garza, que exalta su belleza.
La novia parte de Castilla dispuesta a cumplir los designios dinásticos de los reyes. Se lleva con ella a dos de sus damas más queridas, doña María Manuel, rosa efímera; y doña Ana de Beaumont, ciprés siempre verde.


El relato acompaña a las tres mujeres desde su llegada a Flandes hasta el nombramiento, en 1500, de Juana como heredera de las coronas de Castilla y Aragón. En estos cinco años el juego trobado les sirve de oráculo ilícito y de consuelo.