Cosas que aprendí viendo la final de Wimbledon
Ayer, cosa extraña, me enganché a la tele y, raquetazo va, raquetazo viene, me vi entera la final del torneo de tenis de Wimbledon más larga de la historia.
En mi pasado remoto existe un club de tenis en verano, al que mis padres nos apuntaban y que yo detestaba. Lo único que me interesaba del club era, en este orden, la piscina y la fiesta social (ocasión extraordinaria en la que nos dejaban salir de noche). La pista, cero.
Viendo a Federer y a Nadal correr y sudar la camisa (literalmente: quedó comprobado que Rafa Nadal se seca el sudor después de todos y cada uno de los puntos, quizás como tic, quizás como estrategia), recordé las pelotas, la raqueta y la infancia.
Lo que aprendí ayer no tiene que ver con el tenis, sino con la concentración. Me impresionó mucho ver que los jugadores permanecían en el juego, concentrados, a pesar de que les observaban tropecientasmil personas en directo y unos cuantos millones por televisión, a pesar de las cámaras, a pesar de que en dos ocasiones tuvieron que dejar la pista por lluvia. Cuando la cámara enfocaba al jugador, uno u otro, me parecía notar que el deportista estaba ensimismado, en algun lugar mental propio, blindado a la presión exterior, focalizado en un único objetivo: ganar el punto para ganar el partido.
Estoy segura de que ambos tenistas tienen una técnica excelente pero creo que para llegar a un nivel tan alto, además del revés, hay que dominar la mente. Obsesionarse. Meterse dentro y centrarse sólo en el objetivo.
Me pregunto si seré capaz de llegar a un nivel de ensimismamiento similar al escribir. Si es posible interiorizar más, bajar a niveles todavía más subterráneos, aislarse más de los estímulos exteriores en pos de la frase que cierra el párrafo que cierra el capítulo que cierra el libro.
Sana envidia.
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