El reciente solsticio lunar ejemplifica el signo de los tiempos. Colectivamente nos sentimos abatidos por una crisis que, como dice un amigo, hace demasiados días que nos acompaña. A este abatimiento se suma la inversión en alegría que caracteriza a la Navidad, cuando, una vez más, nos proponemos y nos proponen ser felices por tres días -olvidando que a menudo chocamos con los propósitos de felicidad de otros. Y si vives, como yo, en Barcelona, a la ausencia de luna y a la liturgia navideña se suma un cielo plomizo, encapotado, que susurra «tómate otra aspirina, tómate otra aspirina».
Llegamos a fiestas como los atletas a la recta final. Se acaba el año, se acaba el mundo y nos entregamos a los rituales propios de cada quien para celebrar que en enero todo será distinto -y fundamentalmente igual.
Yo nací en «el otro» solsticio, el de verano, en la noche más larga del año. Llevo mal tanta aspirina y tanta oscuridad. Prefiero medicarme con la máxima que se atribuye al poeta Luis Rius: «No se puede vivir como si la belleza no existiera».
Suerte entonces, y ánimo, para las próximas lunas. Felices fiestas.
Foto: «Oak and full moon«, de Not on your Nelly.
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