De la mujer

La mujer judía en la literatura contemporánea

  En Una mujer como tú, “la distinta” es Ruth, por judía. Ruth encarna dos conceptos recurrentes en mi ficción: la alteridad y la invisibilidad. La alteridad, por cuanto me interesa el impacto que tiene el otro (entendido como «el que no es como yo») en las relaciones interpersonales: ¿Cómo reaccionamos ante quien no conocemos? 

   En cuanto a la invisibilidad, la Federación de Comunidades Judías cifra entre 40.000 y 48.000 el número de judíos residentes en España. De éstos, en Barcelona (donde resido y donde tiene lugar la novela) se encuentran unos 4000 adscritos a las diversas comunidades, junto con 2000 o 3000 no afiliados (fuente: L. Sorenssen). Se trata entonces de un grupo poco numeroso y poco conocido.

 En la literatura anglosajona ha surgido un interés creciente por las mujeres judías, con novelas como When We Were Bad, (Picador, 2007), de Ch. Mendelsohn y Disobedience de N. Alderman (Viking, 2007). Entre nosotros, sin embargo, son todavía escasas las obras que muestran la vida de la comunidad judía local. Si bien es cierto que determinados autores (como Noah Gordon) se identifican en el mercado editorial español con “el tema judío”, en la narrativa contemporánea no abundan los personajes judíos, con excepciones como Deshojando alcachofas, de Esther Bendahan. Se suma a la lista ahora Susana Fortes, ganadora del Premio Fernando Lara con una novela que cuenta las andanzas de una chica judía y el fotógrafo Robert Capa. Me consta además que otras obras con protagonista judía son de publicación inminente.

  Mi experiencia personal al documentarme para la novela fue muy positiva. El apoyo de diversas mujeres judías y su generosidad al responder preguntas que entraban en el ámbito de su privacidad fue decisivo para que Ruth resultara creíble, como judía y como mujer en la encrucijada.

Invitación: Agrégate al grupo de Una mujer como tú en Facebook. Puedes leer las opiniones de otros lectores y publicar tus impresiones sobre la novela.

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Literatura del Nosotras

¿Tu novela es autobiográfica?

Esta pregunta aparece de forma recurrente en las conversaciones con lectores y con los medios de comunicación. Su reiteración me ha llevado a articular por qué escribo lo que escribo, a saber, por qué me ocupo de la invisibilidad de las mujeres y no de otro tema. Ésta es mi respuesta. Yo escribo sobre el tiempo que me ha tocado vivir, sobre mi generación y sobre mi género. Practico lo que denomino “Literatura del Nosotras”.

Vivimos hoy el auge de la “literatura del Yo”, entendida como “tipo de argumento y de narración más acorde a estos tiempos de individualidad, del supuesto desprestigio de la ficción, de la avidez de los lectores por historias verídicas, de la necesidad del lector de que le reconstruyan el mundo y poder reconocerse en él (…). En mi caso, sustituyo el “Yo” por el “Nosotras”. Las mujeres y los hombres estamos inmersos en una situación de cambio. Ya no somos como éramos pero todavía no somos quienes seremos, si es que este juego de piezas llega a encajar. Existen por supuesto miles de formas de narrar este magma, tanto desde el punto de vista femenino como masculino. Pero debemos partir de la constatación de que, en literatura, la perspectiva femenina sobre la cotidianidad es un logro reciente: no han pasado ni cien años desde que Virginia Wolf analizara, en su Habitación propia, los retos a los que se enfrentaban las escritoras a la hora de ser valoradas socialmente –y publicadas.

Las cosas no han cambiado tanto. Hoy, en España, la mayoría de lectores somos mujeres. Sin embargo, en las citas que se van convocando para hablar del futuro del libro por ahora las ponentes mujeres están en minoría o no están. Una vez más, invisibles. Brillamos por nuestra ausencia en un debate cuyos resultados nos van a afectar. Todavía no decidimos: consumimos.

No me considero una escritora feminista, aunque me interesan algunos de sus exponentes. De hecho, mi autora de cabecera es Brenda Ueland (1891-1985), a quien podríamos considerar “prefeminista vivencial”. No te extrañe si no te suena: su obra es mínima y está descatalogada. Sin embargo, su Me, A Memoir es una de las narraciones más poderosas que he leído sobre el camino de una mujer en busca de un espacio propio. Si Ueland estuviera viva, me gustaría hablar con ella.

Con esa urgencia por etiquetarlo todo, la nueva ola de libros sobre mujeres se engloba y comercializa –y también se banaliza- bajo el término “Chick lit”. Frente a éste, se produce ahora una hipereacción masculina. La “Manfiction” califica un nuevo género, dedicado a entretener a los lectores con argumentos rebosantes de testosterona.

Que cada cual lea lo que quiera y escriba lo que pueda. Yo me reafirmo en mi voluntad por ser cronista de un tiempo de cambios para las mujeres, explicado por una mujer.

(En la foto, del archivo de la revista Life, Brenda Ueland con Frank Taylor, cazatalentos de Random House, en 1947).

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Miradas asesinas

Arquetipós modernés es una «serie caprichosa y caótica de personajes católicos, urbanos y oficialistas». Javo, su creador, publica en su blog  ilustraciones que caricaturizan arquetipos familiares (como «el político permanentemente bronceado») en un tono sarcástico que no tiene desperdicio.

Navegando en búsqueda de Una mujer como tú me tropecé -y aquí les dejo- con su «Miradas asesinas entre mujeres«.

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«Se buscan mujeres de excepción»

Este es el título del reportaje que Núria Escur publica hoy en La Vanguardia  y en el que analiza hasta qué punto los modelos femeninos propuestos por el mercado cultural reflejan a las mujeres hoy.

La periodista ha recabado la visión de la  escritora Amélie Nothomb, de la actriz Rosa Galindo (protagonista de «Las madres de Elna») y mía.  Esto es lo que le respondí a Núria y así me ha citado:

1. El mercado cultural continua reproduciendo el modelo de «princesa que pierde el zapato» y es rescatada por un -aparente-príncipe.

2. No existe una representación de la mujer contemporánea con sus aspiraciones y con sus angustias que, ante el imperativo de «llegar a todo», decide por si misma a qué y dónde quiere llegar. En general, se nos proponen modelos que no renuncian a nada y ese es, por norma, el «final feliz».

3. Las mujeres de hoy no somos visibles ni en la ficción.

Éstas son precisamente algunas de las razones por las que escribo.

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Womenomics: La economía nos necesita

Interesante reflexión de Alfons Cornella sobre el mercado y las mujeres. En su post «Womenomics» analiza como la fuga de profesionales cualificadas del mercado es perjudicial para la economía y como, debido a las tendencias demográficas, el déficit de mujeres en puestos directivos e intermedios no puede ser cubierta por otros perfiles:

«Europa, por ejemplo, sufrirá en las próximas décadas una falta notable de personal cualificado (en 2030, faltarán unos 30 millones), que no podrá suplirse con inmigración de talento, porque los países que eran fuente del mismo ya darán a su gente oportunidades (…) . Lo paradójico es que, mientras esto ocurre, la mitad de las mujeres con formación científica y tecnológica de Occidente abandonan voluntariamente sus carreras profesionales hacia los 30 años, con el aparente fin de formar una familia».

¿Por qué nos «fugamos» las mujeres del mercado? Porque la cultura corporativa predominante -explica Cornella y suscribo- premia comportamientos de «pavo real», que priman la apariencia por encima de la efectividad.  La cineasta y productora Icíar Bollaín comentaba precisamente en «El País» el pasado domingo que los eventos a los que la invitaban (y que hubieran podido proprocionarle visibilidad) empezaban después de las 18h y a esa hora quería estar en casa con sus hijos.

En un mercado hipersaturado e hipercompetitivo las empresas no pueden prescindir de la mitad de la población ( = la mitad de la fuerza de trabajo, la mitad del mercado, la mitad de los consumidores). Las mujeres, por otro lado, ni podemos ni debemos prescindir de trabajar, porque, para empezar, no hay autonomía sin autonomía económica. Por tanto, si somos entre todos capaces de crear una nueva cultura de empresa que no expulse a las mujeres, el mercado gana y nosotras también. La cuestión es cómo creamos entre todos las condiciones que lo hagan posible.
 

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Mis 80.000 mejores amigas

Utilizo a menudo la expresión «mis 80.000 mejores amigas». Se la leí a Terenci Moix (en Garras de astracán, creo; tampoco estoy segura de que la cifra exacta fuera esa).  Me gusta porque refleja con ironía una contradicción que quizás no sea tal. «Oficialmente» las mujeres tenemos muchas y buenas amigas: abundancia y calidad. Sin embargo, en un entorno competitivo, no es extraño que esa amistad falle.

No digo que suceda siempre ni a todo el mundo, pero sucede. ¿Por qué sucede? No lo sé. Quizás porque a las mujeres la amistad se nos supone, aunque se hayan escrito ensayos enteros en sentido contrario (como Tripping The Prom Queen, de lectura recomendable). ¿Es la amistad femenina un mito? ¿De verdad somos amigas las amigas? Aprovechando la inaguración del grupo de Una mujer como tú en Facebook, he lanzado la cuestión. Mi objetivo no es en absoluto demoler. Me interesa más bien aclarar. Quizás con menos de 80.000 pero más amigas llegaríamos más lejos. Núria ya ha respondido. ¿Alguien más se anima?

PD: Faltan seis días.

La fotografía es de Four Doxn en Flickr.

 

 

 

 

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Michelle Obama, de la marca al icono

El valor como marca del Presidente Obama ha sido diseccionado en numerosos artículos (Cristina Aced los ha recopilado aquí). Yo quiero centrarme en Michelle, su mujer. Si entendemos que nuestra «marca personal» es la promesa de valor que nos posiciona y diferencia, ¿qué podemos decir de la nueva First Lady

Las manifestaciones públicas de Michelle Obama apuntan a una mujer profesional que ha apostado por una «maternidad profesional». Me explico. En su época como abogada fue tutora de Barack Obama (ergo, mandaba más que el entonces becario). Durante la campaña electoral solició excedencia (nótese que en su salario era superior al de su marido), para poder cuidar de sus hijas y participar en la propia campaña.  El hoy Presidente ha reconocido que sin el apoyo de su esposa no se hubiera presentado y ella ha reconocido que le puso condiciones. Pactaron las reglas del juego. Y ella ha afirmado públicamente que, en la Casa Blanca, se dedicará a ser «madre en jefe» e intentará normalizar una vida familiar que por fuerza debe rozar el surrealismo.

¿Cuál es el mensaje? ¿Estamos ante la gran mujer detrás del gran hombre? ¿Estamos, con Michelle, más cerca o más lejos de que una mujer sea presidenta de los EEUU? ¿Ganará adeptas el quedarse en casa?

Confieso que Michelle Obama me cae bien. Es una mujer con una imagen fuerte. Es alta (pero no se encoge, como otras primeras damas cercanas). La Sra. Obama no habrá pasado nunca desapercibida, ni por raza ni por altura. Y esta mujer, el pasado martes día 20 de enero, se levantó sabiendo que al acostarse, dejaría de ser una marca personal para convertirse en icono, sabiendo que en el momento que su esposo jurara, los libros (y/o webs) de Historia la inmortalizarían: primer presidente afroamericano en la Casa Blanca. Primera familia negra. First Lady más joven de la historia.

Algunas de mis amigas andan revueltas con el vestuario que lució: ¿era adecuado el abrigo? ¿Demasiado «de boda» el vestido de gala?  Por mi parte, si algun día me tocara levantarme y pensar «Hoy voy a pasar a la Historia: ¿qué me pongo?», me paralizaría el miedo. No debe ser nada fácil abandonar la normalidad (presunta o real) para entrar en el mito, cargando con las esperanzas de tantos, de quienes apoyan hoy, de quienes lucharon por los derechos civiles. Le deseo mucha suerte y espero que el icono no ahogue a la mujer.

 

 

 

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La baja por maternidad, ese tema apasionante

Debo vivir en otro planeta porque hasta hoy no me he dado de bruces con las críticas de todos los colores, olores y sabores a la (¿ausencia de?) baja por maternidad de la ministra francesa de Justicia.

Sobre el tema tengo una posición clara y es ésta:

No hay posición oficial porque la decisión es personal.

El cacareo que rodea a la ¿noticia? se debe, a mi entender, a la ausencia de referentes femeninos de que adolecemos las mujeres. Son tan pocas las que gozan de visibilidad política que sus acciones, por fuerza, se ven magnificadas y analizadas con lupa. Son pocas, ergo se las ve más.

Yo sé lo que hice durante mi propia baja. Y considero que la decisión es competencia del padre y mía. Punto. Por tanto, entiendo que la Ministra (llamese Dati o Chacón) realice una reflexión parecida. Que de su decisión se derive una crucifixión o la subida a los altares es, simplemente, una mala señal. El debate es bueno cuando es equilibrado y la situación hoy está lejísimos de ser paritaria, con lo cual las pocas mujeres que descollan se ven sometidas a la crítica de -cuidado aquí- otras mujeres. No me extraña que se les quiten las ganas.

Personalmente, el rol social de la mujer hoy me resulta complicado. Por eso escribo novelas: para debartirlo. Y lo que seguro que más que complicado, me parece complícadismo, es ser mujer y que te traten como a un símbolo. Aunque vaya incluído en el cargo.

 

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Literatura para mujeres: ¿hace falta redimirse?

Hace un tiempo escribí que la literatura para mujeres es un club al que nadie quiere pertenecer. La etiqueta «chick lit» se usa para ubicar «literatura rosa para mujeres sofisticadas» (Qué leer, octubre de 2008) y a muchas el color rosa, sinceramente, nos pone los pelos de punta.

La chick lit se presenta como «género literario aliado con el entretenimiento popular» (Harzewski, S.). «Rosa» y «popular» son adjetivos que connotan como pocos «poca calidad». Es cierto que existen muchas novelas para mujeres que resultan infumables, repetitivas y sexistas. Pero lo mismo puede decirse de muchos thrillers, de novelas históricas o de obras «pseudoliterarias». De todo hay y no todo es bueno. Ni malo.

En el caso de la chick lit, las evocaciones negativas son tan fuertes que a una le dan ganas de esconderse cuando la propia novela se califica así.  Las autoras optan por desligarse del género como estrategia para «ser tomadas en serio». Marian Keyes, una de sus madres fundadoras, ha conseguido sus mejores críticas cuando se ha dedicado a escribir sobre un «asunto serio» (la violencia doméstica). Entre nosotros, a Sílvia Soler le dan un premio no por su 39 + 1 sino por una novela sobre la postguerra. Ambas parecen entonces haberse «redimido» de su pasado «chicklitero».

La pregunta es: ¿por qué redimirse? ¿Qué hay de malo en la literatura para mujeres como género? ¿Por qué es tan denostado? ¿Por qué cuando las mujeres escribimos sobre nosotras mismas «no somos serias»?   Los dilemas que plantean las novelas de chick lit sobre la propia proyección, las opciones a las que se enfrenta una mujer, sus relaciones sociales y de pareja son legítimos y no deben ser empequeñecidos. Frivolizar sobre la chick lit es frivolizar sobre la condición femenina y juzgarla desde los parámetros predominantes (es decir, los masculinos).

 

 

 

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Telefonista

(De la entrevista del Financial Times a la escritora Gillian Slovo, 15/16 Nov 08)

«FT: ¿Qué haría Usted si tuviera que dejar de escribir?

GS: Me resulta impensable. Para alejarme del escritorio tendría que embarcarme en caminatas que durasen semanas, incluso meses. Entonces, desesperada por haber fracasado, me convertiría en telefonista».

 

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