Epitafio
Llevo la semana pensando en mi epitafio.
Entiéndaseme bien. No hay signos (y cruzo los dedos) de que vaya a morirme en el corto plazo. Pero sí sé seguro que moriré. Entonces, de aquí a allí y en el tiempo que queda, ¿qué hacer?
Uno de los ejercicios más empleados en los procesos de definición de objetivos personales es, precisamente, imaginar el propio funeral y pensar qué dirán los allegados. «Fue un gran esposo». «No hubo nadie más comprometido con la empresa que él». «¡Mira que jugaba bien al tenis!». ¿Estamos ‘oyendo’ lo que queremos oír?
Mi generación tiene posibilidades inauditas. Los hombres -y, a la zaga pero con empuje, las mujeres- piensan sus vidas en primera persona. Ya no nos sentimos obligados a ser lo que nuestros padres fueron y podemos, en la mayoría de los casos, decidir lo que queremos ser. Pero… ¡son tantas las posibilidades!
Alguien me aconsejó una vez: «Neus, escoge bien tus batallas». Y tiene razón, porque no podemos estar en todos los frentes. No caben tantos títulos en la lápida.
Entonces: ¿cuál es la batalla? ¿Debemos necesariamente priorizar? ¿O podemos desarrollar hoy más de una identidad? Al final de todo… ¿qué habrá valido la pena?
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